Instituido como el «Día del Veterano y de los caídos en la Guerra de Malvinas», este 2 de abril conmemoramos el trigésimo quinto aniversario del inicio de aquel conflicto bélico con Gran Bretaña. Una fecha de recordación y de reflexión, sobre todo en homenaje al valor y la valentía de los soldados argentinos que, sin pertrechos ni preparación, librados a su suerte por un desesperado gobierno de facto, combatieron en el archipiélago con limitaciones de toda índole, afrontando con heroísmo, sin embargo, la adversidad.
Expresemos nuestro reconocimiento a quienes sobrevivieron en esas circunstancias dramáticas y evoquemos entrañablemente a los que murieron bajo las armas en defensa de los intereses soberanos de la Nación, en un intento por recuperar ese territorio, usurpado el 3 de enero de 1833, cuando las fuerzas británicas desalojaran a la población de origen argentino y a las autoridades allí establecidas legítimamente para reemplazarlas por súbditos de la potencia ocupante.
Lo que valen son los gestos, aun más que tanto solemne acto oficial. Como una de tantas asignaturas pendientes, hay entre los argentinos una deuda de gratitud no saldada con el debido reconocimiento (no meramente ocasional) a los ex combatientes, a los «veteranos», como se denomina hoy los jóvenes de entonces, cuyas vidas fueran en muchos casos laceradas por aquel desventurado conflicto bélico que dejó en ellos secuelas físicas, emocionales, personales, familiares, laborales y sociales difíciles de superar.
Durante demasiado tiempo padecieron, por si no bastara, el olvido, el ninguneo de muchos de sus connacionales, una batalla inconcebible que debieron librar frente a quienes profesan sin miramientos el culto del triunfalismo.
A 35 años de aquella guerra, todavía es necesario librar la otra batalla: contra el olvido…